Escribir es ese atravesar el bosque. Adentrarse para ver las cosas como somos, pero para encontrarnos, primero debemos buscar en ese laberinto personal.
Escribir es estar en estado de búsqueda constante, aunque no sepamos qué se ha de encontrar, es buscar en lo incierto. Perderse en el bosque, encontrarse en alguna luz de esperanza, y salir de esas tierras tan lejanas / como éstas.
Ese gesto es el que se abre en este primer libro de Cecilia Muñoz, que entrecruza de manera despojada y rítmica, sus vivencias poéticas con sus influencias de lecturas tempranas como Borges, Pizarnik o Cortázar, que serán acompañantes en su viaje.
Escribir en soledad pero no olvidar el bosque, sabernos parte. Escribir hasta tocar el alma del instante, eso es llegar a la poesía. En Sola en el bosque hay una conciencia de la intemperie, que atrapa y que aplasta muchas veces, al igual que a todos los elementos de la naturaleza: viento, hoja, mar o la lluvia que no quiere caer, pero cae, y al ser humano, que el exterior lo modifica siempre.
Este es un libro de la mutación en el encuentro consigo misma. La soledad como fuente del dolor que transforma las ideas. Aquel duelo que hay que hacer, aquella piel que hay que cambiar: toda la oscuridad / se va para adentro / y eso no está nada bien / nada bien, reflexiona el yo lírico en sintonía con lo onírico de la ausencia. Irse, dejar ir, dejarse ir, el desamor va pasando de su capa de terror a la del entendimiento, como si fuera un destino natural: donde se temió el fin / pero fue el comienzo.
Sus poemas incansables escarban, buscan y encuentran en el vasto bosque, hasta que algún gusano osado se eche a volar porque la belleza del mundo se impone.
Alejandra Mendez Bujonok