Ariel Delgado me acompaña con sus poemas desde lejos. Poemas frescos, desprejuiciados, en donde las flores crecen al borde de un arroyo entre restos de basura y el amor pierde su esplendor oscurecido por la costumbre.
La hechura de sus poemas responde más o menos a la manera en que aprendimos a hacerlo algunos a fines del siglo pasado, otros a principio de este. Con eso y con su potencia expresiva le alcanzó para dejar un par de buenos libros y montón de papeles que sus amigos recopilaron y que en este volumen se pueden apreciar.
Leer los poemas de Ariel Delgado me hace sentir joven, dolorosamente joven: son poemas muy vitales, respiran el mismo aire que respiré, el que respiro y el que espero respirar toda la vida. Atesoro ese legado.
Escribir es hablar de la vida con los muertos. Creo que Ariel Delgado me escucha cuando escribo que admiro sus poemas, que aprendí cosas con ellos, que los guardo en mi memoria y que comparto sus dudas y certezas. Ya no habrá nuevos poemas de Ariel, eso es una pena enorme.
Damián Ríos