Como las antiguas ferias de pueblo, los parques de diversiones pueden llegar a ser lugares donde los sueños que sueñan las ciudades consiguen un estado de condensación mística. Con sus reglas y sus rituales, con sus tótems y sus máquinas vestidas por la fantasía colectiva, los parques hablan más del trabajo y de la organización social que de los miedos y del tiempo libre de los ciudadanos. Acaso con esas intuiciones, Mariano Favier construyó en Italpark la gran novela sobre nuestra Disneylandia alfonsinista. A medida que avanza el relato surge la pregunta: ¿Qué elementos del consenso social vigente puede iluminar la nostalgia? Con fantasía, con ternura, pero también con una mirada sensible y con ritmo para los conflictos, Italpark funciona como el arte contemporáneo pretende que funcione el archivo: no un mero depósito sino una arena donde las voces, los objetos y la memoria continúen sus batallas iluminados por el presente. Ahí están: trabajadores, inspectores, visitantes, técnicos, políticos de poca monta, pero también guiones publicitarios, listas de objetos perdidos e incluso un Sting apócrifo. Si hubiese una versión criolla de la serie Stranger Things, y si esa versión criolla realmente funcionara en la historia argentina, su clima se parecería bastante al de esta novela.
Hernán Vanoli