Desde la década del sesenta, con el advenimiento de las denominadas neovanguardias, el campo artístico ha desplegado una incorporación irrestricta de materiales y procedimientos técnicos que produjeron una modificación sustancial en la manera de comprender aquello que habitualmente denominamos “arte”.
Dentro de esta lógica se gestó una intersección promisoria entre arte, ciencia y tecnología que fue configurando, paulatinamente, un espacio de inquietante productividad.
Interactividad, tiempo real, robótica, digitalidad, bioarte, son algunos términos que asumen este cruce, caracterizando algunas de las posibilidades discursivas de los nuevos medios.