La sucesión de crisis que se inició en 2008 y llegó a su punto más álgido con la pandemia del coronavirus reveló una verdad categórica: pese a lo que dicta el sentido predominante, el despliegue planetario del capital es un proceso deliberadamente planificado. El espejismo de un mercado “libre” que se autorregula de manera eficiente, con el que el neoliberalismo pretendió enterrar para siempre las discusiones en torno a una gestión social de la economía, se desvaneció frente a la evidencia de un Estado activista que redistribuye riqueza hacia arriba a través de exenciones tributarias, subsidios y rescates a grandes compañías. El auge de megacorporaciones como Amazon, Google y Walmart fue posible gracias a esquemas estratégicos públicos y privados tan metódicos que han sido comparados con los de Gosplan, la agencia de planificación central de la Unión Soviética. Pero si la planificación del capitalismo tardío trajo consigo una era de extinciones masivas y desigualdad extrema, ¿por qué no volver a disputar el diseño y ejecución de los planes, e incluso el significado mismo de la planificación?
Martín Arboleda recorre de manera exhaustiva algunos de los principales debates que marcaron la historia política e intelectual de la planificación económica para comprender su reaparición en el contexto de experiencias políticas contemporáneas, tanto en América Latina como en España y otros países del Norte Global, e imaginar sus trayectorias posibles. Avances recientes en tecnologías de supercomputación, big data y conectividad logística han reavivado viejas discusiones sobre la capacidad técnica de calcular sistemas económicos complejos y así, por primera vez en la historia, abrir la posibilidad de una sociedad post-escasez. Otros planteos proponen modos de intervención que puedan superar el registro tecnocrático, verticalista, masculinizado y expansionista que caracterizó a las culturas de planificación del pasado. Pese a los matices y divergencias, estos enfoques coinciden en la necesidad de fundar nuevas instituciones para que el poder popular, que hoy se agita en las calles y territorios, pueda ejercer un dominio colectivo de la economía y redefinir aquello que entendemos por prosperidad.