En Utopía queer, el primer libro del académico cubano José Esteban Muñoz traducido por Caja Negra, lo queer era un entramado de prácticas y modos de ser que permitían avizorar en resquicios del presente un futuro no normativo. En este trabajo póstumo, que el autor se encontraba escribiendo al momento de su temprana muerte, estas indagaciones se entrelazan con otra de sus preocupaciones centrales: las vidas de las minorías racializadas. Lo que le interesa a Muñoz en particular es cómo la experiencia de vulnerabilidad que comparten las personas que viven bajo el signo de la latinidad favorece la superación de los estrictos confines de la política identitaria dando lugar a otras lógicas de identificación basadas en una pertenencia afectiva. Lo que caracteriza a lo marrón no es una determinación étnica o racial, sino un sentido común del daño: la incapacidad de sentirse representado en una narrativa blanca del mundo y al mismo tiempo la capacidad de producir estrategias colectivas de resistencia y rechazo frente al despliegue de regímenes de violencia.
A diferencia de la utopía queer, que se manifiesta como aquello que todavía no está aquí, la marronidad ya está desde siempre entre nosotros. Prestarle atención implica entrar en sintonía con ese suelo vasto y vital que comparten las existencias precarias, incluso las no-humanas. El sentido de lo marrón se compone de lo orgánico y de lo inorgánico: sentimientos, sonidos, animales, vecindarios, comunidades de inmigrantes y sustratos minerales. Lo que hace que sean marrones es la manera en que sufren y luchan juntas, pero también su habilidad para prosperar bajo presión y coacción. Son marrones porque han sido devaluadas por el mundo exterior a su comunidad, y lo son, además, en la medida en que irradian vitalidad y persistencia. Muñoz nos invita así a ir más allá de cualquier noción de etnicidad como una condición fija (lo que alguien o algo es) y entenderla, al contrario, en términos performativos (lo que alguien o algo hace). Nos encontramos aquí con otro de los ejes centrales de su obra: la performance. En un mundo organizado por los mandatos culturales del sentir blanco, la producción de artistas como Tania Bruguera, Ana Mendieta o Nao Bustamante nos conecta con ese sentir distinto que, ante la herida común, busca otras formas de pensar e imaginar.