El vino exalta la voluntad; el hachís la destruye. El vino es un apoyo físico; el hachís es un arma para el suicidio. El vino vuelve bueno y sociable; el hachís aísla. Uno es trabajador, por así decirlo, el otro esencialmente perezoso. En efecto, ¿de qué sirve, trabajar, cultivar, escribir, fabricar lo que sea, cuando se puede llegar al paraíso de un solo golpe? En fin, el vino es para el pueblo que trabaja y que merece beberlo. El hachís pertenece a la categoría de goces solitarios, está hecho para los miserables ociosos.